miércoles, 23 de julio de 2008

No es país para viejos

Hoy porque me ha dado la vena, y otro día más, publicaré las dos críticas cinematográficas que presenté para el XI Concurso ¿Quieres Ser Crítico de Cine? de Guía del Ocio, y con las que recibí el premio de finalista. Todavía no sé cómo diablos me lo dieron...

Los hermanos Coen han encontrado por fin el rumbo. En estos últimos años se han perdido entre obras entretenidas y menores, y necesitaban cerrar un ciclo para empezar otro. No es país para viejos no es sólo una magnífica película, sino es una llamada de atención a todos aquellos que creían que estos directores ya no podían aportar nada más al mundo cinematográfico. También se puede observar la obra como comienzo de una madurez creativa, seriedad y sobriedad vs barroquismo y pastiche.

Obra adaptada de la novela de Cormac McCarthy, No es país para viejos es mucho más que una película sobre persecuciones: es una lucha por la supervivencia del más fuerte, una pelea entre el Bien y el Mal. Mas estas descripciones no son del todo de mi agrado, y yo añadiría otra más que se acercaría a mi visión de la obra: el azote del remordimiento, de aquel pecado que dejó morir a un hombre por dinero, la búsqueda de venganza de aquel moribundo en el desierto, que no sólo salpica al causante, sino a todos aquellos que tienen una mínima conexión con él. Y, sobre todo, la actitud ante la muerte: huída, resignación, espera, sorpresa... Cada una de las víctimas de Anton Chigurh (Javier Bardem) es un conejillo que mira a su ejecutor con miedo y que se siente totalmente desvalido.

Más allá de toda posible interpretación religiosa, darwiniana o del orden mundial, la dirección de los Coen es, como mínimo, soberbia. El paisaje desértico es un personaje tan activo como los de carne y hueso, con gran importancia tanto espacial como fotográfica (dato que se compara con los campos nevados en Fargo). La paleta de colores está muy acorde con el lugar y la época del suceso, con predominio de ocres, verdes apagados, azules intensos en el cielo, luz cegadora y sombras tenebrosas, todo lleno del polvo desértico que inunda la civilización. La puesta en escena es sobria y efectiva, dando mucho aire a la naturaleza; el virtuosismo en la dirección no se demuestra con planos efectivos, movimientos de cámara chocantes y demás viguerías: lo que prima es lo estático, lo correcto, la composición clásica, lo claro narrativamente hablando. Todo sin contar las interpretaciones de todos los actores, muy en especial de Javier Bardem; no es fácil reencarnar un asesino indestructible con credibilidad y tensión.

¡No quiero comer más sobacos!

El uso del servicio público en verano puede ser un suplicio. Y no es porque la EMT reduce la platilla, o porque aprovechan la jornada estival para poner todo patas arriba de obras y reformas. Es por: ¡EL OLOR SOBAQUIL!

Es ese perfumillo tan poco agradable, que atraviesa tus fosas nasales y se cobija en la cabeza, taladrándotela y mareándote sin piedad. Y es entonces cuando te preguntas: ¿sabrán estas personas humanas que el agua sirve para algo más que para beber y segar las plantas?

¡Por favor, dúchense! Si no se duchan, una SasuChan morirá asfixiada por gases tóxicos. ¡Todavía están a tiempo de remediarlo!